INTRODUCCION
El conocimiento moderno se basa principalmente en el conocimiento científico
y la razón. Algunas teorías dicen que el conocimiento moderno empezó en el
racionalismo y el empirismo que es básicamente lo mismo:
Racionalismo: establece la confianza plena en la razón como medio para explicar
la realidad. Esta corriente de pensamiento fue inaugurada por Descartes quien
propone a la razón como la única facultad que puede orientar al hombre.
El empirismo: es el origen y límites del conocimiento es la experiencia y en último
término la percepción. El termino empirismo viene de la voz griega “empeiria” que se
puede traducir como “experiencia”.
Vamos a mostrarte que es conocimiento científico, la razón y los pasos que dio e
hombre para llegar al conocimiento moderno.
DESARROLLO
EL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO
Consideramos necesario en éste mundo en que nos movemos, que es casi siempre
en el de las opiniones, establecer la diferencia, entre: opiniones, conocimiento
común y conocimiento científico. La filosofía se ocupará, en su “Teoría del
Conocimiento” o “Gnoseología”, (gnosis: conocimiento), de preguntar por los
límites de nuestros saberes, para lo cual se verá obligada a extender la vista más
allá de esos límites, debido a las distintas posiciones y criterios expuestos por los
filósofos. Desde sus remotos orígenes, queda enredado el problema de distinguir
lo filosófico y lo jurídico. No se puede, pues, demostrar cuál de las diferentes
teorías del conocimiento están en lo cierto, si es que alguna lo está (y aun, podría
uno preguntarse, sí tiene algún sentido, hablar de la verdad de una teoría del
conocimiento. Esta grave situación, podría zambullirse en interminables y estériles
especulaciones sobre el Ser, el Uno, y el Mundo y aún trabar el desarrollo de
cualquier ciencia, si no fuera porque, en general, optamos por seguir viviendo como
lo hacemos, sin preocuparnos por el problema. La pregunta es: ¿Tiene alguna
justificación una conducta tan displicente? y una respuesta posible sería: por lo
menos, no trae consecuencias desagradables. Por eso todos actuamos, en la
práctica, como realistas empedernidos.
Cualquier construcción que se haga sobre la ciencia, reposa sobre ciertos
presupuestos en los que habitualmente no reparamos.
1 Por razón de su propiedad de conocer, el hombre está en continuo trabajo para
adquirir nuevos conocimientos
2 Por el poder de abstracción de su inteligencia puede llegar a conocer diferentes
objetos, más de los que podría conocer un animal irracional, porque éste sólo
tiene conocimientos sensitivos. El animal irracional, jamás reflexiona acerca de sus
conocimientos. El hombre, por el contrario, tiene conocimientos sensitivos y supra
sensitivos. Por su inteligencia abstrae, universaliza, reflexiona, compara, investiga las
razones de las cosas, las causas próximas y remotas. Nos preguntamos:
¿Qué es el saber? ¿Qué determina el conocimiento?
El saber, se da en un sentido amplio. Aprehende la realidad en situaciones objetivas
y subjetivas, teóricas o prácticas, incluyendo “El saber a qué atenerse”.
“Conocimiento” es un concepto más estricto, es saber comprobado y
sistematizado, el conocimiento científico, da lugar a la “ciencia”. Es decir acepta
ciertas bases o postulados, dogmáticamente, sin discutir. La ciencia presupone, sin
hacer de ello un problema, la existencia del mundo exterior, el espacio, el tiempo
El conocimiento científico cierto
Para comprender el alcance, de los diferentes grados de conocimientos, es
necesario distinguir los diversos estados psicológicos que la mente podrá encontrar
respecto a los mismos. Tendremos cuatro estados subjetivos:
Ignorancia, duda, opinión y certeza.
La Ignorancia: es la carencia de conocimiento, desconocemos “ignoramos” todo
respecto de algo o de alguien. Esa ignorancia, la mayoría de las veces, llevará al
hombre a la acción, debido a su espíritu indagatorio y de curiosidad.
La duda: es una indeterminación del entendimiento. La duda puede ser real
o ficticia. La primera, porque realmente la inteligencia no ve de quelado debe
inclinarse, en cambio la ficticia, es fingida.
Las opiniones: no llegan a ser conocimientos propiamente dichos, aunque se
les parecen, porque son también afirmaciones sobre la realidad. No son ideas
corroboradas, podríamos considerarlas como un sustituto del saber. Es la inclinación
de lamente hacia un juicio que ella tiene como verdadero, pero no confirmadas. Las
opiniones no han recibido un análisis suficiente como para convertirse en un saber
La certeza: es la firmeza del acontecimiento de la mente hacia uno de los juicios.
Significa tranquilidad intelectual legítima. Podremos hablar de
“juicios ciertos”, “proposiciones ciertas”, “teorías ciertas”. El problema gnoseológico
trata la certeza científica, los conocimientos ciertos
1.1. Elementos del conocimiento
Gnoseológicamente, para que haya conocimiento son necesarios dos elementos: Por
un lado, alguien que conoce: el sujeto cognoscente. Por otro, aquello que se conoce:
El sujeto, en principio, un hombre: un ser humano, con determinados conocimientos
y experiencias previas. ¿Qué se conoce?:
Se conocen objetos: aquello que se presenta, se enfrenta al sujeto. En principio
se conocen los objetos que nos rodean, que ocupan un lugar en el espacio y en el
tiempo (objetos reales). Sin embargo, esta no es la única posibilidad de relación –
sujeto – objeto, pues, los objetos pueden llegar a ser personas, entonces la relación
El hombre se interrelaciona con su realidad usando dos herramientas fundamentales:
sus sentidos y la razón. Sus percepciones sensoriales le brindan un conjunto de
elementos que conforman lo que solemos llamar la alteridad; pero tal alteridad no
es un conjunto estático de elementos, antes bien se compone de un mundo de
relaciones casuales entre dichos elementos sujetas a permanente cambio. Estas
relaciones casuales no son siempre perceptibles por los sentidos, por lo cual se
precisa el auxilio de la razón para hacerlas evidentes. Tal juego dialéctico −que va,
en un camino de doble vía, de lo sensorial a lo
intelectivo− ha sido la base fundamental para el desarrollo del conocimiento en
general y, en particular, del conocimiento científico y tecnológico.
La evolución histórica del conocimiento técnico sugiere que no; por el contrario,
dicha evolución parece conceder al sentido de la vista un papel preponderante en
la elaboración de tales construidos. En su lúcido ensayo Fundamentos de la meta-
técnica1, el filósofo venezolano Ernesto Mayz Vallenilla analiza, desde un muy
particular y original punto de vista, esta evolución. Concibiendo la técnica como
un…proceso o quehacer humano, gradual y progresivo, a través del cual el hombre
aspira a imponer su dominio sobre la alteridad en general, Mayz observa que el
momento actual es uno de encrucijada, en el cual podemos estar asistiendo a la
sustitución de un modelo científico-tecnológico, altamente sostenido por la primacía
de la visión, por otro de naturaleza radicalmente distinta en el que, superando los
límites impuestos por lo visual u óptico-lumínico, el desarrollo técnico transciende el
En palabras de Mayz: Es evidente, en tal sentido, que el ingénito y natural espaciar
humano se realiza mediante la preeminente intervención de los órganos visivos. Ello
testimonia que lo óptico es, sin duda alguna, el eje primordial del sistema sinestésico
del hombre… y que, alrededor del mismo, se entreteje el ordenamiento espacial
forme de la alteridad. No obstante, lo anterior admite atenuantes: A pesar de que lo
óptico sea el eje primordial del sistema sinestésico del hombre… es innegable que el
sentido de la vista, inserto como se halla en la unidad funcional de un soma o cuerpo,
actúa habitualmente como ingrediente de una indiscernible totalidad sinérgica
integrada por los aportes provenientes de los demás sensorios. Especial relevancia
−en el caso específico del hombre− tienen a este respecto los componentes auditivos
Y de los atenuantes se pasa a la queja: Pero esta fusión de lo óptico en la unidad de
un sistema sinestésico −a pesar de ser perfectamente constatable− ha sido ignorada
o falseada sistemáticamente. En efecto: destacando su preeminencia
−pero aislándolo de los restantes sentidos− lo óptico se ha erigido en fundamento
exclusivo de la ratio humana… haciendo de la videncia y la evidencia no sólo
rasgos definitorios de la misma, sino protofundamentos privativos de su genealogía.
Sin embargo, como se asentó párrafos atrás, este estado de cosas parece estar
sufriendo una radical transformación hacia nuevas manifestaciones científico-
tecnológicas, en las que se transciende (y hasta se transmuta) la característica
óptico-lumínica de la técnica tradicional, trayendo como consecuencia y, en vista
de la ya anotada sinergia sensorial humana, una trascendencia (y consiguiente
transmutación) de las características sensoriales humanas en general. A tal estado
de cosas, absolutamente novedoso, lo denomina Mayz meta técnica.
Aun cuando las manifestaciones primarias de la meta técnica se presentan en forma
de aparatos o instrumentos creados por el hombre, es decir, constituyen una praxis,
el ejercicio de la actividad meta técnica se extiende inexorablemente hacia horizontes
epistemológicos y gnoseológicos, convirtiéndose en un logos o principio elaborador
de conceptos: el logos meta técnico.
Mayz Vallenilla analiza con profundidad los conceptos de espacio y tiempo desde
la perspectiva que ofrece este logos, lo cual enlaza de cierta manera con el tema
que queremos tratar en este ensayo: el infinito. Sin embargo, es bueno prevenir
al lector de que no queremos (mejor aún: no podemos) ofrecer una perspectiva
meta técnica del tema que nos ocupa. Nos sirve entonces este largo prefacio meta
técnico como una manera de presentar el resumen del discurso que corresponde a
nuestras verdaderas intenciones: el concepto de infinito (pensado desde una visión
estrictamente matemática) ha evolucionado desde formas absolutamente visuales,
Hasta aquellas en las cuales es dable prescindir totalmente de la ayuda del sentido
de la vista o de cualquier otro sensorio humano.
Remontemos entonces la cuesta temporal hasta los tiempos del ápeiron griego,
vocablo negativo que denominaba imposibilidad. Era importante para el griego la
definición, el establecimiento de límites, que permitiera a la razón abarcar la realidad
sensible con su ejercicio. Los límites eran puras (de allí, perímetro, la medida del
límite): lo que tuviera límites era definible, por tanto abarcable con el ejercicio
racional, con el logos; de manera que aquello que careciese de límite era ápeiron y,
por lo tanto, indefinible, más aún, imperfecto.
En el centro de esta contradicción y tomando fundamento de ella, desarrollan los
pitagóricos su matemática, absolutamente ligada a su metafísica casi religiosa. El
pitagorismo asimila los entes al número, que constituye −en su muy particular óptica−
la sustancia de los mismos. Pero no nos permitamos la equivocación de suponer
para ellos nuestro propio concepto de número, muy avanzado y elaborado a partir de
las dudas e inseguridades que ellos mismos nos dejaron; antes bien, asumamos algo
aproximado a lo que hoy llamamos número natural. Esta preeminencia ontológica
del número obliga a su estudio y conduce al establecimiento de interesantes y
muy curiosas relaciones; pero para ello se hacía menester un procedimiento que
permitiera dar un soporte sensorial −de hecho, visual− al número como concepto. Es
de esta manera como entra la geometría a jugar el papel fundamental que hasta hoy
le concedemos en el desarrollo del conocimiento matemático.
Los pitagóricos identifican el 1 con el punto, el 2 con la recta, el 3 con la superficie y
el 4 con el volumen. Su acumulación, conjunción o, simplemente, su suma lleva al
10, o tetractys sagrado, de mucha importancia para la congregación. Jugando con
distribuciones geométricas de puntos (o unidades) distribuyen los números según
formas poligonales, con lo que descubren relaciones sorprendentes. Así, un número
triangular se obtiene sumando los números en secuencia, un número cuadrado
resulta igual a la suma secuencial de números impares, etc. Ninguna de estas
relaciones enfrentaba a los pitagóricos con el ápeiron, excepto por el hecho de que
nunca tenían que darse por terminadas: había siempre 7 García Bacca, Juan David.
Historia esquemática de los conceptos de finito e infinito. Universidad Central de
Venezuela, Ediciones de la Biblioteca, Caracas, 1ª edición, 1982; Zellini, Paolo.
Breve historia del infinito. Ediciones Siruela, Madrid, 1ª edición (en español), 1991.
La posibilidad de continuar los procesos independientemente de donde se hubiera
llegado… se trataba de un infinito potencial. El mundo de relaciones asociadas al
número resultó tan fructífero y armónico que −nada extraño para hombres con un
pensamiento místico− condujo al prejuicio en la forma de creencia en una relación
geométrica, que luego se les hizo insostenible a partir de sus propios
descubrimientos. Se trataba de la creencia en la conmensurabilidad absoluta de dos
segmentos, lo que significaba la posibilidad cierta de conseguir, sin excepción
alguna, un segmento que fuera medida común de dos segmentos dados
cualesquiera. Dos figuras fueron dique de contención a esta idea irresistible: el
cuadrado y el pentágono regular; en el primero de ellos, la diagonal y el lado se
mostraron negados a la esperada conmensurabilidad; mientras que el corte de las
diagonales del pentágono hacía inconmensurables los segmentos en los que el
Weyl, Hermann. The continuum: a critical examination of the foundations of analysis.
Dover Publications Inc., Nueva York, 1987.
…es manifiesto que lo infinito no puede existir como algo que es en acto ni como
sustancia y principio. Ciertamente, si es divisible en partes, cualquiera de ellas
que se tome en consideración tendrá que ser infinita −pues “ser infinito” e “infinito”
serán lo mismo en la hipótesis de que lo infinito es una sustancia y no se predica
de un sujeto−… Ahora bien, es imposible que la misma cosa sea muchos infinitos…
Por tanto, quedaría de manifiesto lo absurdo de posiciones tales como la asumida
por los pitagóricos, pues al mismo tiempo tratan lo infinito como sustancia y como
divisible en partes9. (Una perplejidad similar, pero en tiempos recientes, la muestra
Weyl: La noción de que un conjunto infinito es una “recolección” amontonada en
base a infinitos actos arbitrarios de selección, agrupados y luego examinados por la
conciencia como un todo es un sinsentido).
Sin embargo, casi al mismo tiempo en el que Aristóteles hacía estas objeciones, el
platónico Eudoxo intentó una genial solución al dilema, adelantándose en el más
estricto modo geométrico, a profundos resultados del análisis matemático moderno:
la llamada teoría de las razones iguales de Eudoxo, sustentada a su vez en un
profundo principio organizador, llamado posteriormente principio de Arquímedes, por
la importancia que este último le daría. El principio de Arquímedes establece que la
voluntad de la tortuga le permitirá alcanzar a Aquiles, siempre que éste se detenga
el tiempo suficiente; más técnicamente: si se tienen dos segmentos de desigual
tamaño, siempre se puede conseguir un múltiplo entero del menor que sobrepase
en tamaño al mayor. Pero también cabe una interpretación en sentido contrario:
si del segmento mayor se restan partes iguales en pasos sucesivos (por ejemplo,
mitades y mitades de mitades y mitades de mitades de mitades, etc.) eventualmente
se alcanzará un segmento de menor tamaño que el segmento menor.
La igualdad de inconmensurables, descubrió Eudoxo, no es más que una aplicación
armónica de este principio en la forma de pares de segmentos correspondientes,
que unas veces adelantan y otras se quedan atrás en la correspondencia,
manteniendo siempre el mismo ritmo, como parejas de bailarines en una danza de
alta sincronización: es una igualdad al infinito, aceptada por la razón en tanto la
sustenta un principio que permite a la misma razón detenerse en un número finito de
pasos. No necesitamos caer al abismo para percatarnos de su existencia.
Pero toda la dificultad estriba en la necesidad de un soporte visual para el número,
carga conceptual de resonancias bivalentes en su desarrollo histórico, pues igual que
ha servido para descubrir muchos de sus ocultos misterios también ha distraído la
atención hacia “imposibilidades” que luego resultaron tan posibles como fructíferas. A
esta necesidad se rindió luego todo el devenir de la matemática: la brillante y potente
reunificación cartesiana no fue sino uno de sus puntos de mayor lucimiento, lo que
confirió mayor poder a la ilusión que la necesidad forjaba. Ahora bien, la geometría
entroncaba desde sus inicios con el hecho empírico; aparentemente representaba
una realidad presentada al geómetra para su interpretación, era casi una física
que explicaba el Universo a partir de un estricto manejo racional que rechazaba el
experimento. Pero fue precisamente este manejo racional
el que obligaba a ser absolutamente cuidadoso con la elección de los primeros
principios que lo sustentarían… más esta elección se separó −hasta un punto
sorprendente− de la experiencia sensorial al requerir unas características que, solo
como situaciones límite –es decir, mediante un proceso infinito− se enmarcaban en
las posibilidades de lo óptico lumínico.
Así, “un punto es aquello que no tiene partes y una línea es una longitud sin
Anchura”11, son idealizaciones sostenidas por lo visual solo como sobre
simplificaciones a las que la experiencia apenas podría aproximarse mediante
procesos iterativos. Tal como lo plantea Poincaré:
Si tratamos de imaginarnos una línea, ella debería tener las características del
continuo físico −lo cual significa que nuestra representación debería tener una
cierta anchura. Dos líneas, por lo tanto, aparecerían ante nosotros en la forma de
dos bandas estrechas, y si aceptamos esta tosca imagen, es claro que donde las
dos líneas se crucen debe haber una parte común. Pero el geómetra puro hace un
esfuerzo superior: sin renunciar del todo a la ayuda de sus sentidos, intenta visualizar
una línea sin anchura y un punto sin tamaño. Esto solo puede lograrlo si imagina la
línea como el límite hacia el cual tiende una banda que se hace cada vez más y más
delgada, y el punto como el límite hacia el cual tiende un área que se hace cada vez
más y más pequeña. Estas dos bandas, por estrechas que sean, tendrán siempre
un área común; mientras más estrechas, más pequeña será el área común, y es
este límite lo que el geómetra llama punto. Por esto decimos que dos líneas que se
cruzan deben tener un punto común y esta verdad parece intuitiva12En este mismo
orden de ideas, Caveign analiza las dificultades que trae la admisión del primer
postulado euclidiano: “…trazar una línea recta desde un punto cualquiera hasta un
punto cualquiera”, en la forma siguiente:
…el postulado 1 requiere que, de un objeto de medida nula a otro, se pueda trazar
una “longitud sin anchura” que, además, sea “recta”. No hay que decir que el objeto
“recta” es un objeto ideal, cuya existencia no puede ser admitida por el empirista
radical. No obstante, si quiere hacer matemáticas, se le pedirá precisamente que la
admita en calidad de hipótesis.
Constatamos, entonces, que la presencia de una ventaja epistemológica produce
enormes dificultades ontológicas, las cuales provienen del intento de asimilación
sensorial de conceptos cuyas propias definiciones los alejan de las posibilidades
de los sensorios humanos. Es más, las dificultades no tienen solo que ver con el
campo teórico de lo irracional que es lo que hemos analizado hasta ahora; aun
dentro de lo racional podrían haber choques intuitivos de alguna importancia como
el que, por ejemplo, plantea la densidad de los racionales respecto a su propia
estructura: nos referimos al hecho de que, a diferencia de los naturales o enteros,
entre dos racionales cualesquiera siempre hay otro número racional. Esto significa,
ni más ni menos, que lo racional es infinito aun en las proporciones más pequeñas
que podamos imaginar y, por supuesto, cada parte de lo racional es un infinito
cuyas partes a su vez también son infinitas… las consentidas de los pitagóricos: las
razones conmensurables, aquellas que mantenían la mente dentro de la armonía
del número natural, también se demostraron capaz de llevarnos al abismo, al caos
de la no representabilidad. Esto sin contar que Cantor nos demostró que la caótica
y repetitiva infinitud racional no lograba llenar nuestra recta imaginaria, sino más
bien, por el contrario, dejaba tantos huecos en ella que eran más numerosos que
los que llenaba. Por razones de espacio no analizaremos el aporte cantoriano y
dejaremos nuestro análisis hasta este punto, convencidos de que si hemos logrado la
aquiescencia del lector en lo ya expuesto, nuestro punto de vista será transferible a
esferas conceptuales de mayor profundidad dentro del tema que nos ocupa.
Hagamos nuestra la síntesis de Poincaré:
Para resumir: la mente tiene la facultad de crear símbolos y es así como se ha
construido el continuo matemático, que no es más que un sistema particular
de símbolos. El único límite de este poder es la necesidad de evitar cualquier
contradicción; pero la mente solo apela a él cuando el experimento le da una razón
Entendemos ahora que la correspondencia entre los números y la recta está inscrita
en esa capacidad mental de elaboración de símbolos; es solo una identificación
que, enfrentada a lo epistemológico, pretende una interpretación visual cuyo
poder como tal no aguanta el embate de la propia razón a la que pretende asistir.
Como consecuencia de ello el matemático moderno, enfrentado por otro lado a
lo ontológico, prefiere invertir el esquema y entonces la recta y el conjunto de los
números reales (constituido éste por lo racional y lo irracional, el logos y el álogos)
pasan a ser una y la misma cosa.
La razón es la facultad en virtud de la cual el ser humano es capaz de identificar
conceptos, cuestionarlos, hallar coherencia o contradicción entre ellos y así inducir
o deducir otros distintos de los que ya conoce. Así, la razón humana, más que
descubrir certezas es una capacidad de establecer o descartar nuevos conceptos
concluyentes o conclusiones, en función de su coherencia con respecto de otros
conceptos de partida o premisas.
Los mecanismos de la razón
Para su cometido, la razón se vale de principios, que por su naturaleza tautológica
(se explican en sí mismos), el humano asume íntima y universalmente como ciertos.
Utilizando estos principios, la razón humana es capaz de otorgar coherencia o
contradicción a las proposiciones, atendiendo no tanto a su contenido como a sus
El razonamiento abductivo es un tipo de razonamiento que a partir de la descripción
de un hecho o fenómeno llega a una hipótesis que lo explica, tal hipótesis es
conjetural la mejor explicación, o la más probable.
La filosofía tradicional de lógica primaria, era fundamentalmente deductiva y
no inductiva. Por ello la experiencia constituye un fundamento cognoscitivo
Los principios y conceptos, como esencias y leyes universales, podían ser intuidas
por el entendimiento humano; por sí mismo (los principios) o a partir del conocimiento
por experiencia de una serie de casos particulares (por abstracción).
La lógica deductiva discurre sobre lo que se sigue universalmente desde premisas
dadas por la razón humana. Es esta la razón por la cual Aristóteles estableció los
El principio de no contradicción
El principio del tercero excluido
El principio de razón suficiente
Sin embargo hacer uso únicamente de la lógica deductiva puede llevar a errores.
Pues se parte como verdad "universal" y "necesaria" de unos principios o leyes
que no están confirmados por la experiencia concreta, sino, a lo sumo, en una
generalización a partir de la observación de casos particulares, lo que nunca puede
justificar un principio universal. Así, Aristóteles se equivocó incluso en el número de
dientes que tenían las mujeres, habiéndose podido enterar simplemente observando
En oposición al mero formalismo lógico los idealistas, y en especial Hegel,
consideraron de otra forma el principio de contradicción en cuanto a lo Universal
moral como "praxis" o conceptual y teórico. Propusieron el método dialéctico para
partir de la materia concreta dada para llegar a la forma de abstracciones universales
y luego proponer definiciones generales. El análisis deja lo concreto como
fundamento y por medio de la abstracción de las particularidades, que aparentan ser
inesenciales, pone de relieve lo universal concreto o sea la fuerza de ley general.
En el mismo sentido, el razonamiento inductivo, es el estudio de derivar una
generalización o una ley a partir de observaciones. Éste fue posteriormente incluido
en el estudio de la lógica, y fue adoptado como el razonamiento básico de la
investigación científica, combinándola cuando corresponde con la deducción.
En la ciencia moderna, el razonamiento inductivo basa sus conclusiones en las
inferencias estadísticas. Es decir, se toma o registran una cantidad de datos sobre
un fenómeno y se establecen conclusiones basadas en modelos probabilísticos, en
la mayoría de los casos siguiendo la curva normal, acerca del fenómeno estudiado.
La base filosófica del razonamiento inductivo la encontramos en el principio de razón
suficiente, desarrollado, entre otros, por Leibniz.
La diferencia entre la validez inductiva y la deductiva es la siguiente: Una indiferencia
es deductivamente válida si y sólo si no hay posible situación en la cual todas las
premisas son verdaderas y la conclusión falsa. La noción de validez deductiva puede
ser rigurosamente establecida para sistemas de lógica formal en términos de las bien
entendidas nociones de la semántica. La validez inductiva, por el otro lado, requiere
que se defina una “generalización rentable” a partir de un conjunto de observaciones.
La tarea de proveer esta definición puede ser enfrentada de varias maneras, algunas
menos formales que las otras; algunas de estas definiciones pueden usar modelos
matemáticos de probabilidades.
Por tanto, en nuestra época los razonamientos deductivos e inductivos deben
complementarse y trabajar juntos, buscando así la verdad sobre la realidad y el
La razón como principio del conocimiento conceptual, que supera el conocimiento de
la experiencia, como fenómeno opuesto a intelectual fue considerado fundamental
en el pensamiento por los griegos, que consideraron esta cualidad como propiedad
específica del alma humana, permitiendo así el lenguaje y el intercambio entre los
hombres; convirtiendo la argumentación, la discusión y el diálogo en las acciones
necesarias para el desarrollo intelectual, la búsqueda del conocimiento, y el
establecimiento de relaciones políticas.
La razón ha sido vista de este modo como la expresión privilegiada de las
capacidades humanas, descalificando otras propiedades del espíritu. Tal ha sido
sobre todo la consideración de la Razón con mayúsculas durante la Edad Moderna.
realidad que se impone a la mente y la arrastra. El razonamiento es un sentido, una
realidad autónoma, superior al que razona, el cual sólo mediante el razonamiento se
pone en contacto con un mundo más alto.
Según Kant, en un sentido general, la razón es la facultad formuladora de principios
en contraposición a el concepto entendimiento. El filósofo distingue en Razón
Teórica y Razón Práctica, no tratándose éstas de dos razones distintas, sino de
dos usos distintos de la misma y única razón. Cuando dichos principios se refieren
a la realidad de las cosas, es decir, si usamos la Razón para el conocimiento de la
realidad, estamos ante el uso teórico de la Razón. Cuando dichos principios tienen
como fin la dirección de la conducta, le estamos dando a la razón un uso práctico. En
su uso teórico la Razón genera juicios y en su uso práctico imperativos o mandatos.
En un sentido más restringido y en el contexto de la "Crítica de la razón pura",
la razón es la facultad de las argumentaciones, la facultad que nos permite
fundamentar unos juicios en otros, y que junto con la sensibilidad y el entendimiento
componen las tres facultades cognoscitivas principales que Kant estudió.
El conocimiento científico y la razón son dos ramas que el ser humano ha utilizado
desde los principios de los años, gracias a esto y a las personas (a los griegos
principalmente) podemos diferenciar de lo correcto y de lo incorrecto, y de utilizar
nuestra mente a grandes escalas.
nuestra mente a grandes escalas.
Abriendo cada día nuestra capacidad mental el hombre puede hacer muchas cosas y
descubrir a un más, con todo y los términos que nos regalaron Aristóteles, Sócrates,
Kant, Heráclito entre muchos más.
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