miércoles, 25 de septiembre de 2013

CONOCIMIENTO Y SOCIEDAD

INTRODUCCION

El conocimiento moderno se basa principalmente en el conocimiento científico

y la razón. Algunas teorías dicen que el conocimiento moderno empezó en el

racionalismo y el empirismo que es básicamente lo mismo:

Racionalismo: establece la confianza plena en la razón como medio para explicar

la realidad. Esta corriente de pensamiento fue inaugurada por Descartes quien

propone a la razón como la única facultad que puede orientar al hombre.

El empirismo: es el origen y límites del conocimiento es la experiencia y en último

término la percepción. El termino empirismo viene de la voz griega “empeiria” que se

puede traducir como “experiencia”.

Vamos a mostrarte que es conocimiento científico, la razón y los pasos que dio e

hombre para llegar al conocimiento moderno.



DESARROLLO

EL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO


Consideramos necesario en éste mundo en que nos movemos, que es casi siempre


en el de las opiniones, establecer la diferencia, entre: opiniones, conocimiento

común y conocimiento científico. La filosofía se ocupará, en su “Teoría del

Conocimiento” o “Gnoseología”, (gnosis: conocimiento), de preguntar por los

límites de nuestros saberes, para lo cual se verá obligada a extender la vista más

allá de esos límites, debido a las distintas posiciones y criterios expuestos por los

filósofos. Desde sus remotos orígenes, queda enredado el problema de distinguir

lo filosófico y lo jurídico. No se puede, pues, demostrar cuál de las diferentes

teorías del conocimiento están en lo cierto, si es que alguna lo está (y aun, podría

uno preguntarse, sí tiene algún sentido, hablar de la verdad de una teoría del

conocimiento. Esta grave situación, podría zambullirse en interminables y estériles

especulaciones sobre el Ser, el Uno, y el Mundo y aún trabar el desarrollo de

cualquier ciencia, si no fuera porque, en general, optamos por seguir viviendo como

lo hacemos, sin preocuparnos por el problema. La pregunta es: ¿Tiene alguna

justificación una conducta tan displicente? y una respuesta posible sería: por lo

menos, no trae consecuencias desagradables. Por eso todos actuamos, en la

práctica, como realistas empedernidos.

Cualquier construcción que se haga sobre la ciencia, reposa sobre ciertos

presupuestos en los que habitualmente no reparamos.

1 Por razón de su propiedad de conocer, el hombre está en continuo trabajo para

adquirir nuevos conocimientos

2 Por el poder de abstracción de su inteligencia puede llegar a conocer diferentes

objetos, más de los que podría conocer un animal irracional, porque éste sólo

tiene conocimientos sensitivos. El animal irracional, jamás reflexiona acerca de sus

conocimientos. El hombre, por el contrario, tiene conocimientos sensitivos y supra

sensitivos. Por su inteligencia abstrae, universaliza, reflexiona, compara, investiga las

razones de las cosas, las causas próximas y remotas. Nos preguntamos:

¿Qué es el saber? ¿Qué determina el conocimiento?

El saber, se da en un sentido amplio. Aprehende la realidad en situaciones objetivas

y subjetivas, teóricas o prácticas, incluyendo “El saber a qué atenerse”.

“Conocimiento” es un concepto más estricto, es saber comprobado y

sistematizado, el conocimiento científico, da lugar a la “ciencia”. Es decir acepta

ciertas bases o postulados, dogmáticamente, sin discutir. La ciencia presupone, sin

hacer de ello un problema, la existencia del mundo exterior, el espacio, el tiempo

 El conocimiento científico cierto

Para comprender el alcance, de los diferentes grados de conocimientos, es

necesario distinguir los diversos estados psicológicos que la mente podrá encontrar

respecto a los mismos. Tendremos cuatro estados subjetivos:

Ignorancia, duda, opinión y certeza.

La Ignorancia: es la carencia de conocimiento, desconocemos “ignoramos” todo

respecto de algo o de alguien. Esa ignorancia, la mayoría de las veces, llevará al

hombre a la acción, debido a su espíritu indagatorio y de curiosidad.

La duda: es una indeterminación del entendimiento. La duda puede ser real

o ficticia. La primera, porque realmente la inteligencia no ve de quelado debe

inclinarse, en cambio la ficticia, es fingida.

Las opiniones: no llegan a ser conocimientos propiamente dichos, aunque se

les parecen, porque son también afirmaciones sobre la realidad. No son ideas

corroboradas, podríamos considerarlas como un sustituto del saber. Es la inclinación

de lamente hacia un juicio que ella tiene como verdadero, pero no confirmadas. Las

opiniones no han recibido un análisis suficiente como para convertirse en un saber

La certeza: es la firmeza del acontecimiento de la mente hacia uno de los juicios.

Significa tranquilidad intelectual legítima. Podremos hablar de

“juicios ciertos”, “proposiciones ciertas”, “teorías ciertas”. El problema gnoseológico

trata la certeza científica, los conocimientos ciertos

1.1. Elementos del conocimiento

Gnoseológicamente, para que haya conocimiento son necesarios dos elementos: Por

un lado, alguien que conoce: el sujeto cognoscente. Por otro, aquello que se conoce:

El sujeto, en principio, un hombre: un ser humano, con determinados conocimientos

y experiencias previas. ¿Qué se conoce?:

Se conocen objetos: aquello que se presenta, se enfrenta al sujeto. En principio

se conocen los objetos que nos rodean, que ocupan un lugar en el espacio y en el

tiempo (objetos reales). Sin embargo, esta no es la única posibilidad de relación –

sujeto – objeto, pues, los objetos pueden llegar a ser personas, entonces la relación

El hombre se interrelaciona con su realidad usando dos herramientas fundamentales:

sus sentidos y la razón. Sus percepciones sensoriales le brindan un conjunto de

elementos que conforman lo que solemos llamar la alteridad; pero tal alteridad no

es un conjunto estático de elementos, antes bien se compone de un mundo de

relaciones casuales entre dichos elementos sujetas a permanente cambio. Estas

relaciones casuales no son siempre perceptibles por los sentidos, por lo cual se

precisa el auxilio de la razón para hacerlas evidentes. Tal juego dialéctico −que va,

en un camino de doble vía, de lo sensorial a lo

intelectivo− ha sido la base fundamental para el desarrollo del conocimiento en

general y, en particular, del conocimiento científico y tecnológico.

La evolución histórica del conocimiento técnico sugiere que no; por el contrario,

dicha evolución parece conceder al sentido de la vista un papel preponderante en

la elaboración de tales construidos. En su lúcido ensayo Fundamentos de la meta-
técnica1, el filósofo venezolano Ernesto Mayz Vallenilla analiza, desde un muy

particular y original punto de vista, esta evolución. Concibiendo la técnica como

un…proceso o quehacer humano, gradual y progresivo, a través del cual el hombre

aspira a imponer su dominio sobre la alteridad en general, Mayz observa que el

momento actual es uno de encrucijada, en el cual podemos estar asistiendo a la

sustitución de un modelo científico-tecnológico, altamente sostenido por la primacía

de la visión, por otro de naturaleza radicalmente distinta en el que, superando los

límites impuestos por lo visual u óptico-lumínico, el desarrollo técnico transciende el

En palabras de Mayz: Es evidente, en tal sentido, que el ingénito y natural espaciar

humano se realiza mediante la preeminente intervención de los órganos visivos. Ello

testimonia que lo óptico es, sin duda alguna, el eje primordial del sistema sinestésico

del hombre… y que, alrededor del mismo, se entreteje el ordenamiento espacial

forme de la alteridad. No obstante, lo anterior admite atenuantes: A pesar de que lo

óptico sea el eje primordial del sistema sinestésico del hombre… es innegable que el

sentido de la vista, inserto como se halla en la unidad funcional de un soma o cuerpo,

actúa habitualmente como ingrediente de una indiscernible totalidad sinérgica

integrada por los aportes provenientes de los demás sensorios. Especial relevancia

−en el caso específico del hombre− tienen a este respecto los componentes auditivos

Y de los atenuantes se pasa a la queja: Pero esta fusión de lo óptico en la unidad de

un sistema sinestésico −a pesar de ser perfectamente constatable− ha sido ignorada

o falseada sistemáticamente. En efecto: destacando su preeminencia

−pero aislándolo de los restantes sentidos− lo óptico se ha erigido en fundamento

exclusivo de la ratio humana… haciendo de la videncia y la evidencia no sólo

rasgos definitorios de la misma, sino protofundamentos privativos de su genealogía.

Sin embargo, como se asentó párrafos atrás, este estado de cosas parece estar

sufriendo una radical transformación hacia nuevas manifestaciones científico-
tecnológicas, en las que se transciende (y hasta se transmuta) la característica

óptico-lumínica de la técnica tradicional, trayendo como consecuencia y, en vista

de la ya anotada sinergia sensorial humana, una trascendencia (y consiguiente

transmutación) de las características sensoriales humanas en general. A tal estado

de cosas, absolutamente novedoso, lo denomina Mayz meta técnica.

Aun cuando las manifestaciones primarias de la meta técnica se presentan en forma

de aparatos o instrumentos creados por el hombre, es decir, constituyen una praxis,

el ejercicio de la actividad meta técnica se extiende inexorablemente hacia horizontes

epistemológicos y gnoseológicos, convirtiéndose en un logos o principio elaborador

de conceptos: el logos meta técnico.

Mayz Vallenilla analiza con profundidad los conceptos de espacio y tiempo desde

la perspectiva que ofrece este logos, lo cual enlaza de cierta manera con el tema

que queremos tratar en este ensayo: el infinito. Sin embargo, es bueno prevenir

al lector de que no queremos (mejor aún: no podemos) ofrecer una perspectiva

meta técnica del tema que nos ocupa. Nos sirve entonces este largo prefacio meta

técnico como una manera de presentar el resumen del discurso que corresponde a

nuestras verdaderas intenciones: el concepto de infinito (pensado desde una visión

estrictamente matemática) ha evolucionado desde formas absolutamente visuales,

Hasta aquellas en las cuales es dable prescindir totalmente de la ayuda del sentido

de la vista o de cualquier otro sensorio humano.

Remontemos entonces la cuesta temporal hasta los tiempos del ápeiron griego,

vocablo negativo que denominaba imposibilidad. Era importante para el griego la

definición, el establecimiento de límites, que permitiera a la razón abarcar la realidad

sensible con su ejercicio. Los límites eran puras (de allí, perímetro, la medida del

límite): lo que tuviera límites era definible, por tanto abarcable con el ejercicio

racional, con el logos; de manera que aquello que careciese de límite era ápeiron y,

por lo tanto, indefinible, más aún, imperfecto.

En el centro de esta contradicción y tomando fundamento de ella, desarrollan los

pitagóricos su matemática, absolutamente ligada a su metafísica casi religiosa. El

pitagorismo asimila los entes al número, que constituye −en su muy particular óptica−

la sustancia de los mismos. Pero no nos permitamos la equivocación de suponer

para ellos nuestro propio concepto de número, muy avanzado y elaborado a partir de

las dudas e inseguridades que ellos mismos nos dejaron; antes bien, asumamos algo

aproximado a lo que hoy llamamos número natural. Esta preeminencia ontológica

del número obliga a su estudio y conduce al establecimiento de interesantes y

muy curiosas relaciones; pero para ello se hacía menester un procedimiento que

permitiera dar un soporte sensorial −de hecho, visual− al número como concepto. Es

de esta manera como entra la geometría a jugar el papel fundamental que hasta hoy

le concedemos en el desarrollo del conocimiento matemático.

Los pitagóricos identifican el 1 con el punto, el 2 con la recta, el 3 con la superficie y

el 4 con el volumen. Su acumulación, conjunción o, simplemente, su suma lleva al

10, o tetractys sagrado, de mucha importancia para la congregación. Jugando con

distribuciones geométricas de puntos (o unidades) distribuyen los números según

formas poligonales, con lo que descubren relaciones sorprendentes. Así, un número

triangular se obtiene sumando los números en secuencia, un número cuadrado

resulta igual a la suma secuencial de números impares, etc. Ninguna de estas

relaciones enfrentaba a los pitagóricos con el ápeiron, excepto por el hecho de que

nunca tenían que darse por terminadas: había siempre 7 García Bacca, Juan David.

Historia esquemática de los conceptos de finito e infinito. Universidad Central de

Venezuela, Ediciones de la Biblioteca, Caracas, 1ª edición, 1982; Zellini, Paolo.

Breve historia del infinito. Ediciones Siruela, Madrid, 1ª edición (en español), 1991.

La posibilidad de continuar los procesos independientemente de donde se hubiera

llegado… se trataba de un infinito potencial. El mundo de relaciones asociadas al

número resultó tan fructífero y armónico que −nada extraño para hombres con un

pensamiento místico− condujo al prejuicio en la forma de creencia en una relación

geométrica, que luego se les hizo insostenible a partir de sus propios

descubrimientos. Se trataba de la creencia en la conmensurabilidad absoluta de dos

segmentos, lo que significaba la posibilidad cierta de conseguir, sin excepción

alguna, un segmento que fuera medida común de dos segmentos dados

cualesquiera. Dos figuras fueron dique de contención a esta idea irresistible: el

cuadrado y el pentágono regular; en el primero de ellos, la diagonal y el lado se

mostraron negados a la esperada conmensurabilidad; mientras que el corte de las

diagonales del pentágono hacía inconmensurables los segmentos en los que el

Weyl, Hermann. The continuum: a critical examination of the foundations of analysis.

Dover Publications Inc., Nueva York, 1987.

…es manifiesto que lo infinito no puede existir como algo que es en acto ni como

sustancia y principio. Ciertamente, si es divisible en partes, cualquiera de ellas

que se tome en consideración tendrá que ser infinita −pues “ser infinito” e “infinito”

serán lo mismo en la hipótesis de que lo infinito es una sustancia y no se predica

de un sujeto−… Ahora bien, es imposible que la misma cosa sea muchos infinitos…

Por tanto, quedaría de manifiesto lo absurdo de posiciones tales como la asumida

por los pitagóricos, pues al mismo tiempo tratan lo infinito como sustancia y como

divisible en partes9. (Una perplejidad similar, pero en tiempos recientes, la muestra

Weyl: La noción de que un conjunto infinito es una “recolección” amontonada en

base a infinitos actos arbitrarios de selección, agrupados y luego examinados por la

conciencia como un todo es un sinsentido).

Sin embargo, casi al mismo tiempo en el que Aristóteles hacía estas objeciones, el

platónico Eudoxo intentó una genial solución al dilema, adelantándose en el más

estricto modo geométrico, a profundos resultados del análisis matemático moderno:

la llamada teoría de las razones iguales de Eudoxo, sustentada a su vez en un

profundo principio organizador, llamado posteriormente principio de Arquímedes, por

la importancia que este último le daría. El principio de Arquímedes establece que la

voluntad de la tortuga le permitirá alcanzar a Aquiles, siempre que éste se detenga

el tiempo suficiente; más técnicamente: si se tienen dos segmentos de desigual

tamaño, siempre se puede conseguir un múltiplo entero del menor que sobrepase

en tamaño al mayor. Pero también cabe una interpretación en sentido contrario:

si del segmento mayor se restan partes iguales en pasos sucesivos (por ejemplo,

mitades y mitades de mitades y mitades de mitades de mitades, etc.) eventualmente

se alcanzará un segmento de menor tamaño que el segmento menor.

La igualdad de inconmensurables, descubrió Eudoxo, no es más que una aplicación

armónica de este principio en la forma de pares de segmentos correspondientes,

que unas veces adelantan y otras se quedan atrás en la correspondencia,

manteniendo siempre el mismo ritmo, como parejas de bailarines en una danza de

alta sincronización: es una igualdad al infinito, aceptada por la razón en tanto la

sustenta un principio que permite a la misma razón detenerse en un número finito de

pasos. No necesitamos caer al abismo para percatarnos de su existencia.

Pero toda la dificultad estriba en la necesidad de un soporte visual para el número,

carga conceptual de resonancias bivalentes en su desarrollo histórico, pues igual que

ha servido para descubrir muchos de sus ocultos misterios también ha distraído la

atención hacia “imposibilidades” que luego resultaron tan posibles como fructíferas. A

esta necesidad se rindió luego todo el devenir de la matemática: la brillante y potente

reunificación cartesiana no fue sino uno de sus puntos de mayor lucimiento, lo que

confirió mayor poder a la ilusión que la necesidad forjaba. Ahora bien, la geometría

entroncaba desde sus inicios con el hecho empírico; aparentemente representaba

una realidad presentada al geómetra para su interpretación, era casi una física

que explicaba el Universo a partir de un estricto manejo racional que rechazaba el

experimento. Pero fue precisamente este manejo racional

el que obligaba a ser absolutamente cuidadoso con la elección de los primeros

principios que lo sustentarían… más esta elección se separó −hasta un punto

sorprendente− de la experiencia sensorial al requerir unas características que, solo

como situaciones límite –es decir, mediante un proceso infinito− se enmarcaban en

las posibilidades de lo óptico lumínico.

Así, “un punto es aquello que no tiene partes y una línea es una longitud sin

Anchura”11, son idealizaciones sostenidas por lo visual solo como sobre

simplificaciones a las que la experiencia apenas podría aproximarse mediante

procesos iterativos. Tal como lo plantea Poincaré:

Si tratamos de imaginarnos una línea, ella debería tener las características del

continuo físico −lo cual significa que nuestra representación debería tener una

cierta anchura. Dos líneas, por lo tanto, aparecerían ante nosotros en la forma de

dos bandas estrechas, y si aceptamos esta tosca imagen, es claro que donde las

dos líneas se crucen debe haber una parte común. Pero el geómetra puro hace un

esfuerzo superior: sin renunciar del todo a la ayuda de sus sentidos, intenta visualizar

una línea sin anchura y un punto sin tamaño. Esto solo puede lograrlo si imagina la

línea como el límite hacia el cual tiende una banda que se hace cada vez más y más

delgada, y el punto como el límite hacia el cual tiende un área que se hace cada vez

más y más pequeña. Estas dos bandas, por estrechas que sean, tendrán siempre

un área común; mientras más estrechas, más pequeña será el área común, y es

este límite lo que el geómetra llama punto. Por esto decimos que dos líneas que se

cruzan deben tener un punto común y esta verdad parece intuitiva12En este mismo

orden de ideas, Caveign analiza las dificultades que trae la admisión del primer

postulado euclidiano: “…trazar una línea recta desde un punto cualquiera hasta un

punto cualquiera”, en la forma siguiente:

…el postulado 1 requiere que, de un objeto de medida nula a otro, se pueda trazar

una “longitud sin anchura” que, además, sea “recta”. No hay que decir que el objeto

“recta” es un objeto ideal, cuya existencia no puede ser admitida por el empirista

radical. No obstante, si quiere hacer matemáticas, se le pedirá precisamente que la

admita en calidad de hipótesis.

Constatamos, entonces, que la presencia de una ventaja epistemológica produce

enormes dificultades ontológicas, las cuales provienen del intento de asimilación

sensorial de conceptos cuyas propias definiciones los alejan de las posibilidades

de los sensorios humanos. Es más, las dificultades no tienen solo que ver con el

campo teórico de lo irracional que es lo que hemos analizado hasta ahora; aun

dentro de lo racional podrían haber choques intuitivos de alguna importancia como

el que, por ejemplo, plantea la densidad de los racionales respecto a su propia

estructura: nos referimos al hecho de que, a diferencia de los naturales o enteros,

entre dos racionales cualesquiera siempre hay otro número racional. Esto significa,

ni más ni menos, que lo racional es infinito aun en las proporciones más pequeñas

que podamos imaginar y, por supuesto, cada parte de lo racional es un infinito

cuyas partes a su vez también son infinitas… las consentidas de los pitagóricos: las

razones conmensurables, aquellas que mantenían la mente dentro de la armonía

del número natural, también se demostraron capaz de llevarnos al abismo, al caos

de la no representabilidad. Esto sin contar que Cantor nos demostró que la caótica

y repetitiva infinitud racional no lograba llenar nuestra recta imaginaria, sino más

bien, por el contrario, dejaba tantos huecos en ella que eran más numerosos que

los que llenaba. Por razones de espacio no analizaremos el aporte cantoriano y

dejaremos nuestro análisis hasta este punto, convencidos de que si hemos logrado la

aquiescencia del lector en lo ya expuesto, nuestro punto de vista será transferible a

esferas conceptuales de mayor profundidad dentro del tema que nos ocupa.

Hagamos nuestra la síntesis de Poincaré:

Para resumir: la mente tiene la facultad de crear símbolos y es así como se ha

construido el continuo matemático, que no es más que un sistema particular

de símbolos. El único límite de este poder es la necesidad de evitar cualquier

contradicción; pero la mente solo apela a él cuando el experimento le da una razón

Entendemos ahora que la correspondencia entre los números y la recta está inscrita

en esa capacidad mental de elaboración de símbolos; es solo una identificación

que, enfrentada a lo epistemológico, pretende una interpretación visual cuyo

poder como tal no aguanta el embate de la propia razón a la que pretende asistir.

Como consecuencia de ello el matemático moderno, enfrentado por otro lado a

lo ontológico, prefiere invertir el esquema y entonces la recta y el conjunto de los

números reales (constituido éste por lo racional y lo irracional, el logos y el álogos)

pasan a ser una y la misma cosa.

La razón es la facultad en virtud de la cual el ser humano es capaz de identificar

conceptos, cuestionarlos, hallar coherencia o contradicción entre ellos y así inducir

o deducir otros distintos de los que ya conoce. Así, la razón humana, más que

descubrir certezas es una capacidad de establecer o descartar nuevos conceptos

concluyentes o conclusiones, en función de su coherencia con respecto de otros

conceptos de partida o premisas.

Los mecanismos de la razón

Para su cometido, la razón se vale de principios, que por su naturaleza tautológica

(se explican en sí mismos), el humano asume íntima y universalmente como ciertos.

Utilizando estos principios, la razón humana es capaz de otorgar coherencia o

contradicción a las proposiciones, atendiendo no tanto a su contenido como a sus

El razonamiento abductivo es un tipo de razonamiento que a partir de la descripción

de un hecho o fenómeno llega a una hipótesis que lo explica, tal hipótesis es

conjetural la mejor explicación, o la más probable.

La filosofía tradicional de lógica primaria, era fundamentalmente deductiva y

no inductiva. Por ello la experiencia constituye un fundamento cognoscitivo

Los principios y conceptos, como esencias y leyes universales, podían ser intuidas

por el entendimiento humano; por sí mismo (los principios) o a partir del conocimiento

por experiencia de una serie de casos particulares (por abstracción).

La lógica deductiva discurre sobre lo que se sigue universalmente desde premisas

dadas por la razón humana. Es esta la razón por la cual Aristóteles estableció los

principios a priori para la lógica, todavía enseñados en nuestra época:

El principio de no contradicción

El principio del tercero excluido

El principio de razón suficiente

Sin embargo hacer uso únicamente de la lógica deductiva puede llevar a errores.

Pues se parte como verdad "universal" y "necesaria" de unos principios o leyes

que no están confirmados por la experiencia concreta, sino, a lo sumo, en una

generalización a partir de la observación de casos particulares, lo que nunca puede

justificar un principio universal. Así, Aristóteles se equivocó incluso en el número de

dientes que tenían las mujeres, habiéndose podido enterar simplemente observando

En oposición al mero formalismo lógico los idealistas, y en especial Hegel,

consideraron de otra forma el principio de contradicción en cuanto a lo Universal

moral como "praxis" o conceptual y teórico. Propusieron el método dialéctico para

partir de la materia concreta dada para llegar a la forma de abstracciones universales

y luego proponer definiciones generales. El análisis deja lo concreto como

fundamento y por medio de la abstracción de las particularidades, que aparentan ser

inesenciales, pone de relieve lo universal concreto o sea la fuerza de ley general.

En el mismo sentido, el razonamiento inductivo, es el estudio de derivar una

generalización o una ley a partir de observaciones. Éste fue posteriormente incluido

en el estudio de la lógica, y fue adoptado como el razonamiento básico de la

investigación científica, combinándola cuando corresponde con la deducción.

En la ciencia moderna, el razonamiento inductivo basa sus conclusiones en las

inferencias estadísticas. Es decir, se toma o registran una cantidad de datos sobre

un fenómeno y se establecen conclusiones basadas en modelos probabilísticos, en

la mayoría de los casos siguiendo la curva normal, acerca del fenómeno estudiado.

La base filosófica del razonamiento inductivo la encontramos en el principio de razón

suficiente, desarrollado, entre otros, por Leibniz.

La diferencia entre la validez inductiva y la deductiva es la siguiente: Una indiferencia

es deductivamente válida si y sólo si no hay posible situación en la cual todas las

premisas son verdaderas y la conclusión falsa. La noción de validez deductiva puede

ser rigurosamente establecida para sistemas de lógica formal en términos de las bien

entendidas nociones de la semántica. La validez inductiva, por el otro lado, requiere

que se defina una “generalización rentable” a partir de un conjunto de observaciones.

La tarea de proveer esta definición puede ser enfrentada de varias maneras, algunas

menos formales que las otras; algunas de estas definiciones pueden usar modelos

matemáticos de probabilidades.

Por tanto, en nuestra época los razonamientos deductivos e inductivos deben

complementarse y trabajar juntos, buscando así la verdad sobre la realidad y el

La razón como principio del conocimiento conceptual, que supera el conocimiento de

la experiencia, como fenómeno opuesto a intelectual fue considerado fundamental

en el pensamiento por los griegos, que consideraron esta cualidad como propiedad

específica del alma humana, permitiendo así el lenguaje y el intercambio entre los

hombres; convirtiendo la argumentación, la discusión y el diálogo en las acciones

necesarias para el desarrollo intelectual, la búsqueda del conocimiento, y el

establecimiento de relaciones políticas.

La razón ha sido vista de este modo como la expresión privilegiada de las

capacidades humanas, descalificando otras propiedades del espíritu. Tal ha sido

sobre todo la consideración de la Razón con mayúsculas durante la Edad Moderna.

El Logos o razonamiento es considerado no como un instrumento, sino como una

realidad que se impone a la mente y la arrastra. El razonamiento es un sentido, una

realidad autónoma, superior al que razona, el cual sólo mediante el razonamiento se

pone en contacto con un mundo más alto.

Según Kant, en un sentido general, la razón es la facultad formuladora de principios

en contraposición a el concepto entendimiento. El filósofo distingue en Razón

Teórica y Razón Práctica, no tratándose éstas de dos razones distintas, sino de

dos usos distintos de la misma y única razón. Cuando dichos principios se refieren

a la realidad de las cosas, es decir, si usamos la Razón para el conocimiento de la

realidad, estamos ante el uso teórico de la Razón. Cuando dichos principios tienen

como fin la dirección de la conducta, le estamos dando a la razón un uso práctico. En

su uso teórico la Razón genera juicios y en su uso práctico imperativos o mandatos.

En un sentido más restringido y en el contexto de la "Crítica de la razón pura",

la razón es la facultad de las argumentaciones, la facultad que nos permite

fundamentar unos juicios en otros, y que junto con la sensibilidad y el entendimiento

componen las tres facultades cognoscitivas principales que Kant estudió.

 
CONCLUSIÓN

El conocimiento científico y la razón son dos ramas que el ser humano ha utilizado

desde los principios de los años, gracias a esto y a las personas (a los griegos

principalmente) podemos diferenciar de lo correcto y de lo incorrecto, y de utilizar

nuestra mente a grandes escalas.

Abriendo cada día nuestra capacidad mental el hombre puede hacer muchas cosas y

descubrir a un más, con todo y los términos que nos regalaron Aristóteles, Sócrates,

Kant, Heráclito entre muchos más.

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